De los de vuelo raso y nubes blancas.
Una mano se ofreció. Me subió. Me llevó hasta ellos. "Nada tienes que temer".
Confié en llevar los ojos cerrados. Casi. Sin ver más que el azul del cielo que sobrevolábamos. Y la mano. Sin ver que, de haber caída, sería dolorosa.
Y ahí, arriba. Ahí estábamos los dos, más altos que el cielo.
Con el tiempo y la ilusión (perdida), la mano que se había ofrecido a subirme, me había dejado caer. Intenté mantenerme como pude, con el vértigo en los talones. Me quedé quieta por un momento, y observé la caída. También la mano alejándose, al foco cambiando de parecer. Y a todo el tiempo perdido.
No habían más que sombras, y el azul del cielo ya no era azul. Tampoco el blanco de las nubes. Ni tan siquiera quedaba alguna con la que poder sostenerme. Así que, fui cayendo. No dejaba de caer.
Ahora me da miedo levantar (la) cabeza.
Por si dejo de ver sombras.
Por si el cielo vuelve a ser azul.
Por si otra mano me dice ven.
En realidad, por si vuelve a aparecer la misma.
Dolió caer desde tan alto.