Todo el mundo dormía, menos ella.
Recordó aquella risa, aquella sonrisa, la más fresca de todas las fuentes. La que le cantaba nanas cuando no podía dormir. La que una vez le dijo que alguien, en algún momento, alguna vez, subiría para regalarle la luna.
Aquella noche, al asomarse a la ventana, la vio en su punto más cercano. La luna, estaba casi en el suelo. La tenía en la punta de los dedos.
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