dilluns, 28 d’octubre del 2013

Leer por leer

José Luis Sampedro explicaba en uno de sus libros que "el arte es mucho más que la técnica. La técnica se puede enseñar, es esencialmente racional, pero, el conseguir una obra de arte requiere algo distinto, algo que constituye el secreto de la vida, lo no transmisible de la vida".

Aprender a leer. Es lo primero que nos enseñan en la escuela. Nos enseñan a juntar todas y cada una de las letras para después emitir un sonido y a su vez un significado. Después enlazamos palabras, y una vez aprendido eso, parece que ya lo hemos aprendido todo.

En la escuela enseñan a leer, pero no el arte de leer. Sin embargo, no hay regla sin excepción. En el colegio tuve un profesor que convirtió el mundo de la literatura -hasta ese momento un mundo al que apenas nos habíamos asomado- en orfebrería. Era magnífico, estaba hecho de una pasta especial. Y digo era porque ya no está. Se propuso enseñarnos, como decía Sampedro "el secreto de la vida". Y lo consiguió. Recuerdo como un día llenó la pizarra con tres palabras inmensas que cambiaron nuestra forma de ver las letras. "Leer por leer". Seguidamente, nos propuso que saliéramos a la pizarra a apuntar nuestras aspiraciones y motivos por los que leíamos. "Leer porque sí", "Leer por aprobar". Ninguno de esos "Leer por" tenían un significado secreto, únicamente el que hasta ahora nos habían enseñado. Ninguno.

El siguiente fragmento del articulo Un mòn que s'abandona de Enric Sòria me recuerda a mi profesor. Es como si lo hubiera escrito él. "Mire els meus estudiants. M'agraden. Sovint n'aprenc, d'ells, dels seus punts de vista, de les seues aspiracions. Són joves, tenen gràcia i energia. Accepten que llegir és una necessitat, però l'entenen como una obligació. No conceben que puga ser un plaer. Tenen al seu davan l'univers més ric i extraordinari que han inventat els humans".

Al ver que la pizarra estaba llena de palabras y vacía de significado, nuestro profesor añadió una coma a su "Leer por leer" y siguió con "no es leer". Ese momento nos abrió los ojos, y nuestras frases empezaron a cobrar vida, empezaron a tener significado. Habíamos descubierto un misterio oculto. A partir de ese día ya no leíamos por aprobar, tampoco porque sí. Empezamos a leer por placer, por aprender, por imaginar, por saber, por conocer, por experimentar, por compartir. Por un sinfín de "pores".

Se debe enseñar a generar ideas, ideas provocadas por lo que se escucha, se escribe o se lee. Por eso en las escuela se debe enseñar a leer, pero también el arte de leer. Enseñar a aprender. Se debería enseñar el misterio de la vida, a ir más allá de lo que se ve, a no conformarse, a adentrarse. En la lectura también, por supuesto. Porque "leer por leer, no es leer". 



dimarts, 22 d’octubre del 2013

El arte de hacerse

El día. Doy media vuelta y ya se ha ido. Doy la vuelta entera y ha vuelto a comenzar. Y cuando no me muevo es cuando escribo estas líneas, en las que se deslizan las letras y el tiempo que me queda para volver a dar otra media vuelta. 

Un día de tantos, algo extraño, no muy bueno. Simplemente un día. Con una mañana que ha pasado a prisa y ha durado mucho, con una tarde fugaz. Y baja, pasa, como los cinco minutos que posponen tu rutina, como los caminos y las noches en vela, como el color del cielo y los sueños que nos diferencian. Como la fiebre.

La del sábado noche, con el baile, las miradas y la risa fácil de unos ojos a media asta; la de los atardeceres, cuando solo cabe en la cabeza un sol tocando el mar, bañándose en tus ojos, y también un "ojalá estuvieras aquí"; la del chiringuito en verano, dorado y salado, y de dulce noche; la de las mañanas frías, tapado en la cama, dejando ver el pié derecho. 

La fiebre de los quebraderos de cabeza que agudizan el insomnio, y el ingenio. La de los estropicios del querer que se miden en kilómetros de frío y se arreglan con el calor de tus manos. El "que te vaya bien", el "nos vemos pronto". El saber que tú y yo somos igual. 

La fiebre de la canción que te recuerda a, y las que olvidan al fin; los días que nunca acaban y los que acabas añorando. Las palabras que se abandonan y pasan a no ser y a ser de nadie. Las promesas, los reencuentros, los amigos que perdiste, y los que encontraste. Las cosas que nos alejan. El echar de menos tanto y apenas encontrarse. 

La fiebre de verlo venir, de verlo pasar, de verlo caer, de dejarlo todo y darlo, de no dar y recibir, de lo recíproco. La fiebre de aquello que te deja sin aliento cuando lo tienes a dos centímetros y que te ahoga cuando se aleja. El recuerdo del primer beso, la felicidad del último, el hastío de los que no se dan. La fiebre de la familia cuando te necesita, cuando tú la necesitas, de lo imposible por algo, de lo posible por nada. De ti y de mi. Ni contigo ni sin ti. De mi sin ti. 

"Mi pedagogía siempre se reducía a dos palabras: amor y provocación. Hay que querer a las personas a quien se dirige uno y yo quería a mis alumnos. (...) Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar. Me gustaría pensar que, en algún momento, algo de lo que digo les sirva de provocación para que salten por encima de mí, para que se hagan y lo hagan mejor todavía. La tercera palabra, después de amor y provocación, consecuencia de ambas, es la de autenticidad" (...) "El conseguir una obra de arte requiere algo distinto, algo que, para mi, constituye el secreto de la vida, no lo transmisible de la vida". Escribir es vivir. José Luis Sampedro

La fiebre de los años, de los que pasan. Fiebre por el arte de hacerse. A uno mismo, a los demás. De ser mejor. De hacer y deshacer, de volver a hacer, día a día.  
Hoy no ha sido un buen día. Pero no importa porque dando una media vuelta se vuelve a proyectar uno nuevo. Ya es de noche y no hay marcha atrás.