El día. Doy media vuelta y ya se ha ido. Doy la vuelta entera y ha vuelto a comenzar. Y cuando no me muevo es cuando escribo estas líneas, en las que se deslizan las letras y el tiempo que me queda para volver a dar otra media vuelta.
Un día de tantos, algo extraño, no muy bueno. Simplemente un día. Con una mañana que ha pasado a prisa y ha durado mucho, con una tarde fugaz. Y baja, pasa, como los cinco minutos que posponen tu rutina, como los caminos y las noches en vela, como el color del cielo y los sueños que nos diferencian. Como la fiebre.
La del sábado noche, con el baile, las miradas y la risa fácil de unos ojos a media asta; la de los atardeceres, cuando solo cabe en la cabeza un sol tocando el mar, bañándose en tus ojos, y también un "ojalá estuvieras aquí"; la del chiringuito en verano, dorado y salado, y de dulce noche; la de las mañanas frías, tapado en la cama, dejando ver el pié derecho.
La fiebre de los quebraderos de cabeza que agudizan el insomnio, y el ingenio. La de los estropicios del querer que se miden en kilómetros de frío y se arreglan con el calor de tus manos. El "que te vaya bien", el "nos vemos pronto". El saber que tú y yo somos igual.
La fiebre de la canción que te recuerda a, y las que olvidan al fin; los días que nunca acaban y los que acabas añorando. Las palabras que se abandonan y pasan a no ser y a ser de nadie. Las promesas, los reencuentros, los amigos que perdiste, y los que encontraste. Las cosas que nos alejan. El echar de menos tanto y apenas encontrarse.
La fiebre de verlo venir, de verlo pasar, de verlo caer, de dejarlo todo y darlo, de no dar y recibir, de lo recíproco. La fiebre de aquello que te deja sin aliento cuando lo tienes a dos centímetros y que te ahoga cuando se aleja. El recuerdo del primer beso, la felicidad del último, el hastío de los que no se dan. La fiebre de la familia cuando te necesita, cuando tú la necesitas, de lo imposible por algo, de lo posible por nada. De ti y de mi. Ni contigo ni sin ti. De mi sin ti.
"Mi pedagogía siempre se reducía a dos palabras: amor y provocación. Hay que querer a las personas a quien se dirige uno y yo quería a mis alumnos. (...) Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar. Me gustaría pensar que, en algún momento, algo de lo que digo les sirva de provocación para que salten por encima de mí, para que se hagan y lo hagan mejor todavía. La tercera palabra, después de amor y provocación, consecuencia de ambas, es la de autenticidad" (...) "El conseguir una obra de arte requiere algo distinto, algo que, para mi, constituye el secreto de la vida, no lo transmisible de la vida". Escribir es vivir. José Luis Sampedro
La fiebre de los años, de los que pasan. Fiebre por el arte de hacerse. A uno mismo, a los demás. De ser mejor. De hacer y deshacer, de volver a hacer, día a día.
Hoy no ha sido un buen día. Pero no importa porque dando una media vuelta se vuelve a proyectar uno nuevo. Ya es de noche y no hay marcha atrás.

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