diumenge, 23 de març del 2014

Papel mojado

Gota a gota, con el tiempo lento y descuidado, se ha empapado el cristal. Y cada vez es más oscura la habitación. Una oscuridad que se ve, pero que también se escucha. No consigo encontrar la frecuencia exacta, tampoco en la radio. Y afuera solo se escuchan truenos, y el trajín de siempre. Siempre hay idas y venidas. 

Aquí dentro, solo distorsión y el recuerdo de alguien cogiéndome de la mano por la diagonal. La imagen es borrosa, y la memoria demasiado caprichosa. Se sucede una imagen tras otra, y todavía no logro captar si se tratan de recuerdos o de solo caprichos. Se suceden, y se entrelazan como las frecuencias de la radio de la mesita de noche, que acaba mezclando tertulias, avemarías, guitarras y música clásica. Pero solo en los días de tormenta. Es lo más parecido a una cabeza humana. A una cabeza con demasiada cabeza. 

Parece que la lluvia se vuelve mansa, como la de las noches árticas de agosto en la playa o la de los atardeceres de pies enterrados en arena fría y suave, como la de los contrastes de verano. 
Cierro los ojos. Las imágenes se vuelven nítidas. Gotas salpicando en un mar en calma. Azul, muy azul, y de recuerdo lejano, físicamente lejana. Gotas que se deslizan por el lagrimal, de las que envenenan y de las que sanan. Gotas en las pestañas. Los giros porque sí bajo la lluvia, con los dos brazos a punto de echar a volar. El giro inesperado porque alguien pronuncia tu nombre. Y antes de efectuar el giro, aun rápido e inesperado, lo nítido se vuelve negro. Negro nítido. Un trueno acaba con la imagen, la radio, la luz y lo que estoy escribiendo. 

Afuera y adentro, demasiada lluvia. Solo ruido. Y aun con la ventana cerrada, papel mojado. Necesito Sol. 

Memoria en dos. El cielo de febrero, Albacete.



dimarts, 4 de març del 2014

Sildavia

Maldita sea, qué complicado es. Ser la excepción y, con suerte, encontrar a alguien más que también lo sea. Caminar sin sentir hartura, sin que duelan los pies. Que te devuelvan una sonrisa sincera después de haberla lanzado tú. El gesto. La paciencia. 

Qué complicado es ser uno más y ser el único. Cerrar los ojos, escuchar música, y no ver nada, tampoco sentir nada; dormir y no soñar; no soñar al despertar; esperar y no angustiarse. Qué complicado es no pensar. El deseo correspondido, que se agite el pecho si tú no estás. Recordar sin sonreír o sin llorar. 

Qué complicado es no ser sensible ante el dolor ajeno. Saber articular palabra alguna en un entorno mudo. Mirar a los ojos de la gente y no perderse, si son, también, excepciones. 

Qué complicado es sacar lo bueno de los enredos; que sepa bien el mal. Y qué fácil, en ocasiones, es que sepa mal el bien, el suspiro transparente. Qué complicadas las cosas que no se entienden: el lápiz dentro del agua, su reflejo; el desasosiego; no sentir dolor al cortarse con la hoja del libro que has leído infinitas veces; que lo correcto sea, a veces, una despedida; este texto. 

Qué complicado, hacer entender a la gente las cosas que no se entienden. Y que se interesen por ellas. 
Qué complicado, hacer que no tiemble la voz de la tristeza, aparentar silencios, hablar y no estar ausente, mover las fichas a la perfección. 

Qué complicadas, las mitades que no separan. El no pender de un hilo. El tacto dormido en un enredo de piel. Los colmillos en la presa. Los abrazos por la espalda, sin puñal. El insomnio. El letargo. Las rosas sin espinas. Los lugares recónditos de la memoria. Que no pase el tiempo. Que no pase mil veces. La fragilidad del cristal. 

Qué complicado, relajar al corazón de la tormenta.