Maldita sea, qué complicado es. Ser la excepción y, con suerte, encontrar a alguien más que también lo sea. Caminar sin sentir hartura, sin que duelan los pies. Que te devuelvan una sonrisa sincera después de haberla lanzado tú. El gesto. La paciencia.
Qué complicado es ser uno más y ser el único. Cerrar los ojos, escuchar música, y no ver nada, tampoco sentir nada; dormir y no soñar; no soñar al despertar; esperar y no angustiarse. Qué complicado es no pensar. El deseo correspondido, que se agite el pecho si tú no estás. Recordar sin sonreír o sin llorar.
Qué complicado es no ser sensible ante el dolor ajeno. Saber articular palabra alguna en un entorno mudo. Mirar a los ojos de la gente y no perderse, si son, también, excepciones.
Qué complicado es sacar lo bueno de los enredos; que sepa bien el mal. Y qué fácil, en ocasiones, es que sepa mal el bien, el suspiro transparente. Qué complicadas las cosas que no se entienden: el lápiz dentro del agua, su reflejo; el desasosiego; no sentir dolor al cortarse con la hoja del libro que has leído infinitas veces; que lo correcto sea, a veces, una despedida; este texto.
Qué complicado, hacer entender a la gente las cosas que no se entienden. Y que se interesen por ellas.
Qué complicado, hacer que no tiemble la voz de la tristeza, aparentar silencios, hablar y no estar ausente, mover las fichas a la perfección.
Qué complicadas, las mitades que no separan. El no pender de un hilo. El tacto dormido en un enredo de piel. Los colmillos en la presa. Los abrazos por la espalda, sin puñal. El insomnio. El letargo. Las rosas sin espinas. Los lugares recónditos de la memoria. Que no pase el tiempo. Que no pase mil veces. La fragilidad del cristal.
Qué complicado, relajar al corazón de la tormenta.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada