El fuerte viento casi le impedía andar. El cielo comenzaba a cambiar de color. Alternaba el naranja y el rosa, y un azul cobalto agrio. Empezaba a anochecer. Las nubes confundían su color, el sol se deslizaba por los tejados y las luces de la ciudad se veían encenderse a lo lejos. La buscadora de estrellas recordaba la figura de su abuelo -convertida ahora en una estrella- entre los manzanos de su antigua casa de campo, volando una cometa que allí guardaba, símbolo de su infancia. Sentía frío, mucho frío. Sentía. La misma sensación que la nostalgia lejos de casa, o peor. Echaba de menos, y ese menos iba a más. Dejó volar hacia la inmensidad del cielo una pequeña pieza de su astrolabio, que colgaba de la cometa que ahora, surcaba el cielo envuelto en fuego. Y ella, con los ojos vidriosos y las mejillas sonrojadas del frío, apretaba los labios y la veía volar, la veía alejarse, haciéndose cada vez más pequeña. Se preguntó donde iría, se preguntó donde llegaría, se preguntó si le llegaría. Sentía frío, mucho frío. Sentía. La misma sensación que un beso sin boca.Posó el peso de su beso. Pasó, pisó y amor dejó a su paso. A su paso, en una bola de nieve puso el beso. Y se cuajó.
diumenge, 10 de febrer del 2013
Un beso sin boca
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