Esta semana he dejado el sol del mediterráneo de primeros de abril para abrir el paraguas, con diez grados menos. Y no me gusta la idea, la verdad. Estoy de camino, en el coche. Y llueve. No veo pasar, ni pasear, ni una sola nube, ni siquiera veo sus perfiles. El cielo está tan gris que el verde de las plantas que me cruzo por el camino desprende luz.
En mi ventana aparecen tímidas gotas de lluvia. Algunas engordan, resbalan hacia abajo y pronto desaparecen; otras, sin embargo, dejan huella, pero siguen su camino, hacia abajo o hacia el lado. El viento hace con ellas lo que quiere. Pero no se quejan apenas.
Cuando llueve, me gusta escuchar Seattle de Mark Knopfler en el coche, no me preguntéis por qué. Aunque bueno, quizás sea porque el limpiaparabrisas me marca el compás de la canción, y eso me da paz. Sí, quizás sea por eso. De hecho, ya me estoy durmiendo... Pero no conduzco yo.
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